(Primera Parte)
1951. MI PRIMER ENCUENTRO FÍSICO CON CUATRO HOMBRES RUBIOS QUE VENÍAN DE MÁS ALLÁ DEL ESPACIO
(Por Pierre Monnet)
Sucedió una noche de julio. Me encontraba en Courthézon, una pequeña población de Provenza, a dieciocho kilómetros de Aviñón. Yo estaba situado en la antigua Nacional 7 que atraviesa la población y bordea una plazoleta en cuyo centro se yergue una fuente circular. No lejos de allí se alza una puerta medieval en la que está encajado un reloj eléctrico que señalaba, al inicio de mi aventura, la una y media de la madrugada. En aquella época del año y para aquel tiempo, la circulación automovilística era relativamente más intensa que de costumbre: estábamos en plena época turística y, al mismo tiempo, se celebraban las fiestas de Orange, mi ciudad natal, situada a siete kilómetros de distancia.
La carretera entre Courthézon y Orange, tiene un trazado rectilíneo a partir del primer kilómetro. Habitualmente tardaba entre quince y veinte minutos en recorrerla, a veces más, a veces menos, según fueran mi humor y mis ánimos. Por aquel tiempo no disponía otro vehículo que mi bicicleta. Realizaba aquel recorrido dos veces por semana, siempre los mismos días y aproximadamente a la misma hora. Mi objetivo: visitar a mi novia que, después, se convertiría en mi esposa.
Deseoso de verificar mis hazañas, tanto al inicio de la marcha como al final de cualquier viaje, fuera el que fuese, comparaba siempre la hora de mi reloj de bolsillo con la de los relojes de los lugares donde me hallaba. Aquel gesto, que se había convertido en un hábito. Ya se sabe que, cuando uno es joven, busca siempre superarse, aunque no fuera más que para "farolear" al día siguiente con los compañeros, informándoles, cuando la ocasión se preste a ello, de que el record del día anterior ha sido superado.
Aquel día no fue una excepción y, tras las verificaciones de rigor, subí a mi bicicleta. Pero no sucedió lo mismo que otras veces.
Tuve la pasmosa sorpresa de verme instantáneamente teletransportado cinco kilómetros más allá, siempre junto a la Nacional 7 , a la entrada de una vasta, sinuosa y profunda cantera de arena y gravilla. Conocía la existencia de aquella cantera, pero nunca había puesto los pies en ella. Estaba situada junto a la carretera a unos tres o cuatro kilómetros de Orange. La distancia que mediaba entre la cantera y la carretera era de unos diez a quince metros, y entre ambos se alzaba un seto de inmensos matorrales y de árboles de toda especie y de mediana altura.
Aquella "teletransportación" instantánea me dejó atónito. Sentía como si mi cerebro se hubiera vaciado. Estaba como alelado. Luego, a la manera de alguien superado por los acontecimientos, pero conciente de la realidad de la situación y de sí mismo, como dirigido por una fuerza irresistible empecé a subir el ancho del sendero en cuesta que se adentraba diez metros más abajo por la cantera sinuosa. No sabía por qué al llegar abajo de la pendiente, al nivel del fondo de la cantera, desmonté y avancé a pie empujando la bicicleta.
Sentía una extraordinaria ligereza. Tenía la sensación de que mis pies no tocaban el suelo. Me encontraba sosegado y distendido a pesar de lo insólito de la situación. Me sentía como alguien que aguarda algo inminente. No experimentaba el más mínimo cansancio. La emoción me cortaba el aliento y el corazón me latía a mayor velocidad. Y, sin embargo, no tenía miedo; al contrario, me sentía como habitado de una inmensa paz interior.
Curiosamente cuanto más avanzaba, tanto más continuaba una impresión similar a la que se siente al entrar por primera vez en el agua, a saber, algo así como una ligera opresión en los pulmones. Y, cosa extraña, progresivamente los sonidos exteriores se esfumaban, a medida que avanzaba por el fondo de la cantera, como si supiera con toda exactitud a dónde me dirigía...
En un recodo a unos sesenta metros delante de mi y detrás de uno de los multiples islotes de tierra que los tractores habían bordeado, percibí una luminosidad. Seguí acercándome, y a unos doce metros del islote que había rodeado, a unos quince metros delante de mi, vi "fotando", en suspensión a una distancia entre cincuenta y ochenta centímetros del suelo, un disco de forma lenticular cuyo diámetro medía entre quince y veinte metros.
Aquel disco estaba coronado por un abultamiento central en forma de cúpula. Verticalmente, aquel ingenio debía de medir unos tres metros. El disco irradiaba, mediante lentas pulsaciones, un color "blanco-plateado-azulado" que iluminaba nítidamente las paredes de la cantera a una distancia de unos diez metros. Aquel insólito metal que parecía ser la materia con la que estaba hecho aquel extraordinario artefacto de fascinante belleza. Del disco emanaba una potencia difícilmente concebible a quien no lo haya contemplado con sus propios ojos.
El "metal" del disco parecía a la vez material e inmaterial o, por lo menos, dotado de una estructura atómica interna en constante movimiento. Se trataba de algo que casi estaba vivo, algo ciertamente impresionante, inquietante y hermoso a la vez.
Lenta, muy lentamente, me aproximé a aquel objeto que parecía tirar de mi. Luego, al encontrarme ya muy cerca (a seis o siete metros), me di cuenta de que un silencio total se había establecido desde hacia mucho tiempo a mi alrededor. Ya no escuchaba el ruido de la circulación que transitaba por la carretera, la cual, sin embargo estaba solo a unos sesenta metros de distancia. Tampoco oía el canto de los pájaros nocturnos ni el de los grillos. No percibía el ruido de mis pasos ni el rodar de los neumáticos de mi bicicleta sobre la gravilla. Aquel silencio absoluto me hacía sentir la impresión de estar metido bajo una campana, una sensación de completo aislamiento. Sólo captaba el sonido de mi respiración, los latido del corazón y la circulación de mi sangre por venas y arterias.
Y, sin embargo, me sentía bien. Maravillado por lo que estaba contemplando, seguía avanzando. Probablemente, demasiado hechizado por aquel ingenio, no me había dado cuenta que ante mí y un poco hacia el lado del artefacto, se encontraban, puestos en pie, cuatro seres humanos que no pertenecían a este planeta. Iban vestidos con un buzo muy ceñido, constituido por un "tejido" flexible de color plateado luminiscente, formado por "escamas". Aquella vestimenta iluminaba el suelo a su alrededor hasta, por lo menos cinco metros.
Me desvié ligeramente hacia la derecha al verlos. Mientras los examinaba, avancé despacio hasta encontrarme sólo a unos tres metros de aquellos cuatro magníficos seres.
Había dejado de sentir el cuerpo. Inmóvil ante ellos, dejé mi bicicleta en el suelo, cerca de mi, y contemplé a los cuatro seres vivos, cuyo aspecto era perfectamente humano, aunque su origen no fuera terrestre. !Sabía que no eran terrestres!. No me preguntéis cómo ni por qué, lo sabía. Sería incapaz de contestaros.
Iban descalzos, con las manos descubiertas y no llevaban ningún casco para poder respirar; ninguno en absoluto. Fornidos, su forma era atlética. Su altura debía de ser por lo menos un metro ochenta y cinco (no los medí de cerca,...quien sabe, quizá se hubieran molestado). Los cuantro se parecían. Sus proporciones eran perfectas y su corpulencia idéntica. Eran auténticos duplicados...Su cabellera a la vez rubia y blanca, bajaba ordenadamente por sus hombros. El rostro era hermoso y fino. La edad podía oscilar entre los veintiocho y los treinta años. Su mirada era tan clara, dulce y franca, como nunca la había visto entre mis semejantes de la Tierra. Al acercarme, me sonrieron. Su finura y su belleza eran tales que, por el momento, dejando aparte los senos (en el sentido femenino de la palabra), durante los primeros cuatro segundos, no pude determinar si pertenecían al sexo masculino o femenino. Pero tras una breve vacilación, uno no se podía engañar: eran varones. De ellos emanaba una general impresión de gran vigor, a la vez exterior e interior; estaban forjados como atletas y sonreían, irradiaban tranquilidad, amabilidad y bondad. Una paz profunda precía habitarlos. El simpático aspecto de los seres de más allá del espacio es comunicativo; y la verdad es que me dieron ganas de arrojarme en sus brazos, como si los hubiese conocido desde siempre.
Levantaron los brazos hacia mi, horizontalmente, con la palma de la mano vuelta hacia lo alto. Realizaron aquel gesto casi a la vez y siempre en absoluto silencio.
Aquella actitud que, por lo menos me resultaba simpática, me inspiró una perfecta confianza. Acababan de hacer aquel gesto igual que lo hubierais hecho vosotros de haber sido visitados por alguien en vuestra casa a fin de nvitarlo a entrar o a acercarse.
Sin embargo, realicé un conato de retroceso mientras una intensa sacudida me recorría de pies a cabeza: ¡acababan de expresarse en mi, sin haber despegado los labios!. ¡Escuchaba con extraordinaria potencia sus pesamientos, dentro de mi cerebro y de todo mi ser!. La nitidez y la claridad eran extraordinarias. Al mismo tiempo supe que los pensamientos no se expresaban a través de palabras, sino que eran como impulsos codificados mezclados con imágnes y conceptos profundos que me resultaban extraños, aunque a la vez, familiares.
Aquellos seres me hacían partícipe por primera vez de un proceso de comunicación telepática a la que yo no estaba habituado y cuyo "mecanismo"no comprendía; proceso que, me aseguraron, era perfectamente natural, existente desde el comienzo de los tiempos, pero que el habitante de nuestro planeta perdió desde su caída, cuando dejó de obedecer a las leyes universales. El "mecanimo" de tal proceso, permitía, si me es lícito expresarme así, una sobre impresión de los elementos fonéticos de mi vocabulario en los pensamientos emitidos por aquellos seres, a los que no tardaría en calificar de "maravillosos"...
Aún admitiendo que pudiéramos encontrar en nuestro pobre lenguaje , los términos precisos aptos para traducir adecuadamente lo que me fue "dicho" ("expresado" sería una palabra más exacta), la cantidad de cosas que se me revelaron en un breve lapso de tiempo, que calculo de unos veite minutos, sólo podría volver a expresarlo en nuestro lenguaje en un tiempo mucho más largo. Posiblemente tardaría un año o dos, dedicándole al trabajo unas ocho horas diarias.
Por una parte me resulta difícil traducir, lo que se imprimió en mi, a causa de la parquedad de nuestro vocabulario, por otra, me es imposible decirlo todo en el momento actual. Os dejo a vosotros la tarea de imaginar el número de volúmenes que tendría que crear para que la transmisión fuera verdaderamente total y completa...¿Debo esperar un "desbloqueo lingüístico" ulterior?...
Humildemente debo confesar que, de momento, estoy llegando al límite de mi posibilidades, y lo lamento de veras...Porque en mi fueron depositados, no los términios, sino algo parecido a pensamientos y conceptos codificados en forma de impulsos para los cuales no acabo de hallar las palabras que los traducirían, a no ser de forma lenta, muy lenta, en el curso de muchos años; con excepción de algunas frases aisladas, que pude traducir instanténeamente porque se hacía necesario en esta o aquella situación urgente con ocasión de ciertos contactos.
La traducción de los conceptos, depositados en mi aquel primer día de contacto físico, sólo empezó a realizarse dos años después. Pero aquí os muestro algunas frases sueltas que pude comprender inmediatamente al punto de ser emitidas.
—Sentimos que hay temor en ti... Que el temor te abandone, queremos el bien de todo se vivo, especialmente sino es agresivo.
—No te acerques más a nuestro vehículo; todo ser vivo que no esté armonizado con su longitud de onda, corre peligro si se aproxima; las vibraciones que emite destruirían las células de tu cuerpo.La carretera entre Courthézon y Orange, tiene un trazado rectilíneo a partir del primer kilómetro. Habitualmente tardaba entre quince y veinte minutos en recorrerla, a veces más, a veces menos, según fueran mi humor y mis ánimos. Por aquel tiempo no disponía otro vehículo que mi bicicleta. Realizaba aquel recorrido dos veces por semana, siempre los mismos días y aproximadamente a la misma hora. Mi objetivo: visitar a mi novia que, después, se convertiría en mi esposa.
Deseoso de verificar mis hazañas, tanto al inicio de la marcha como al final de cualquier viaje, fuera el que fuese, comparaba siempre la hora de mi reloj de bolsillo con la de los relojes de los lugares donde me hallaba. Aquel gesto, que se había convertido en un hábito. Ya se sabe que, cuando uno es joven, busca siempre superarse, aunque no fuera más que para "farolear" al día siguiente con los compañeros, informándoles, cuando la ocasión se preste a ello, de que el record del día anterior ha sido superado.
Aquel día no fue una excepción y, tras las verificaciones de rigor, subí a mi bicicleta. Pero no sucedió lo mismo que otras veces.
Tuve la pasmosa sorpresa de verme instantáneamente teletransportado cinco kilómetros más allá, siempre junto a la Nacional 7 , a la entrada de una vasta, sinuosa y profunda cantera de arena y gravilla. Conocía la existencia de aquella cantera, pero nunca había puesto los pies en ella. Estaba situada junto a la carretera a unos tres o cuatro kilómetros de Orange. La distancia que mediaba entre la cantera y la carretera era de unos diez a quince metros, y entre ambos se alzaba un seto de inmensos matorrales y de árboles de toda especie y de mediana altura.
Aquella "teletransportación" instantánea me dejó atónito. Sentía como si mi cerebro se hubiera vaciado. Estaba como alelado. Luego, a la manera de alguien superado por los acontecimientos, pero conciente de la realidad de la situación y de sí mismo, como dirigido por una fuerza irresistible empecé a subir el ancho del sendero en cuesta que se adentraba diez metros más abajo por la cantera sinuosa. No sabía por qué al llegar abajo de la pendiente, al nivel del fondo de la cantera, desmonté y avancé a pie empujando la bicicleta.
Sentía una extraordinaria ligereza. Tenía la sensación de que mis pies no tocaban el suelo. Me encontraba sosegado y distendido a pesar de lo insólito de la situación. Me sentía como alguien que aguarda algo inminente. No experimentaba el más mínimo cansancio. La emoción me cortaba el aliento y el corazón me latía a mayor velocidad. Y, sin embargo, no tenía miedo; al contrario, me sentía como habitado de una inmensa paz interior.
Curiosamente cuanto más avanzaba, tanto más continuaba una impresión similar a la que se siente al entrar por primera vez en el agua, a saber, algo así como una ligera opresión en los pulmones. Y, cosa extraña, progresivamente los sonidos exteriores se esfumaban, a medida que avanzaba por el fondo de la cantera, como si supiera con toda exactitud a dónde me dirigía...
En un recodo a unos sesenta metros delante de mi y detrás de uno de los multiples islotes de tierra que los tractores habían bordeado, percibí una luminosidad. Seguí acercándome, y a unos doce metros del islote que había rodeado, a unos quince metros delante de mi, vi "fotando", en suspensión a una distancia entre cincuenta y ochenta centímetros del suelo, un disco de forma lenticular cuyo diámetro medía entre quince y veinte metros.
Aquel disco estaba coronado por un abultamiento central en forma de cúpula. Verticalmente, aquel ingenio debía de medir unos tres metros. El disco irradiaba, mediante lentas pulsaciones, un color "blanco-plateado-azulado" que iluminaba nítidamente las paredes de la cantera a una distancia de unos diez metros. Aquel insólito metal que parecía ser la materia con la que estaba hecho aquel extraordinario artefacto de fascinante belleza. Del disco emanaba una potencia difícilmente concebible a quien no lo haya contemplado con sus propios ojos.
El "metal" del disco parecía a la vez material e inmaterial o, por lo menos, dotado de una estructura atómica interna en constante movimiento. Se trataba de algo que casi estaba vivo, algo ciertamente impresionante, inquietante y hermoso a la vez.
Lenta, muy lentamente, me aproximé a aquel objeto que parecía tirar de mi. Luego, al encontrarme ya muy cerca (a seis o siete metros), me di cuenta de que un silencio total se había establecido desde hacia mucho tiempo a mi alrededor. Ya no escuchaba el ruido de la circulación que transitaba por la carretera, la cual, sin embargo estaba solo a unos sesenta metros de distancia. Tampoco oía el canto de los pájaros nocturnos ni el de los grillos. No percibía el ruido de mis pasos ni el rodar de los neumáticos de mi bicicleta sobre la gravilla. Aquel silencio absoluto me hacía sentir la impresión de estar metido bajo una campana, una sensación de completo aislamiento. Sólo captaba el sonido de mi respiración, los latido del corazón y la circulación de mi sangre por venas y arterias.
Y, sin embargo, me sentía bien. Maravillado por lo que estaba contemplando, seguía avanzando. Probablemente, demasiado hechizado por aquel ingenio, no me había dado cuenta que ante mí y un poco hacia el lado del artefacto, se encontraban, puestos en pie, cuatro seres humanos que no pertenecían a este planeta. Iban vestidos con un buzo muy ceñido, constituido por un "tejido" flexible de color plateado luminiscente, formado por "escamas". Aquella vestimenta iluminaba el suelo a su alrededor hasta, por lo menos cinco metros.
Me desvié ligeramente hacia la derecha al verlos. Mientras los examinaba, avancé despacio hasta encontrarme sólo a unos tres metros de aquellos cuatro magníficos seres.
Había dejado de sentir el cuerpo. Inmóvil ante ellos, dejé mi bicicleta en el suelo, cerca de mi, y contemplé a los cuatro seres vivos, cuyo aspecto era perfectamente humano, aunque su origen no fuera terrestre. !Sabía que no eran terrestres!. No me preguntéis cómo ni por qué, lo sabía. Sería incapaz de contestaros.
Iban descalzos, con las manos descubiertas y no llevaban ningún casco para poder respirar; ninguno en absoluto. Fornidos, su forma era atlética. Su altura debía de ser por lo menos un metro ochenta y cinco (no los medí de cerca,...quien sabe, quizá se hubieran molestado). Los cuantro se parecían. Sus proporciones eran perfectas y su corpulencia idéntica. Eran auténticos duplicados...Su cabellera a la vez rubia y blanca, bajaba ordenadamente por sus hombros. El rostro era hermoso y fino. La edad podía oscilar entre los veintiocho y los treinta años. Su mirada era tan clara, dulce y franca, como nunca la había visto entre mis semejantes de la Tierra. Al acercarme, me sonrieron. Su finura y su belleza eran tales que, por el momento, dejando aparte los senos (en el sentido femenino de la palabra), durante los primeros cuatro segundos, no pude determinar si pertenecían al sexo masculino o femenino. Pero tras una breve vacilación, uno no se podía engañar: eran varones. De ellos emanaba una general impresión de gran vigor, a la vez exterior e interior; estaban forjados como atletas y sonreían, irradiaban tranquilidad, amabilidad y bondad. Una paz profunda precía habitarlos. El simpático aspecto de los seres de más allá del espacio es comunicativo; y la verdad es que me dieron ganas de arrojarme en sus brazos, como si los hubiese conocido desde siempre.
Levantaron los brazos hacia mi, horizontalmente, con la palma de la mano vuelta hacia lo alto. Realizaron aquel gesto casi a la vez y siempre en absoluto silencio.
Aquella actitud que, por lo menos me resultaba simpática, me inspiró una perfecta confianza. Acababan de hacer aquel gesto igual que lo hubierais hecho vosotros de haber sido visitados por alguien en vuestra casa a fin de nvitarlo a entrar o a acercarse.
Sin embargo, realicé un conato de retroceso mientras una intensa sacudida me recorría de pies a cabeza: ¡acababan de expresarse en mi, sin haber despegado los labios!. ¡Escuchaba con extraordinaria potencia sus pesamientos, dentro de mi cerebro y de todo mi ser!. La nitidez y la claridad eran extraordinarias. Al mismo tiempo supe que los pensamientos no se expresaban a través de palabras, sino que eran como impulsos codificados mezclados con imágnes y conceptos profundos que me resultaban extraños, aunque a la vez, familiares.
Aquellos seres me hacían partícipe por primera vez de un proceso de comunicación telepática a la que yo no estaba habituado y cuyo "mecanismo"no comprendía; proceso que, me aseguraron, era perfectamente natural, existente desde el comienzo de los tiempos, pero que el habitante de nuestro planeta perdió desde su caída, cuando dejó de obedecer a las leyes universales. El "mecanimo" de tal proceso, permitía, si me es lícito expresarme así, una sobre impresión de los elementos fonéticos de mi vocabulario en los pensamientos emitidos por aquellos seres, a los que no tardaría en calificar de "maravillosos"...
Aún admitiendo que pudiéramos encontrar en nuestro pobre lenguaje , los términos precisos aptos para traducir adecuadamente lo que me fue "dicho" ("expresado" sería una palabra más exacta), la cantidad de cosas que se me revelaron en un breve lapso de tiempo, que calculo de unos veite minutos, sólo podría volver a expresarlo en nuestro lenguaje en un tiempo mucho más largo. Posiblemente tardaría un año o dos, dedicándole al trabajo unas ocho horas diarias.
Por una parte me resulta difícil traducir, lo que se imprimió en mi, a causa de la parquedad de nuestro vocabulario, por otra, me es imposible decirlo todo en el momento actual. Os dejo a vosotros la tarea de imaginar el número de volúmenes que tendría que crear para que la transmisión fuera verdaderamente total y completa...¿Debo esperar un "desbloqueo lingüístico" ulterior?...
Humildemente debo confesar que, de momento, estoy llegando al límite de mi posibilidades, y lo lamento de veras...Porque en mi fueron depositados, no los términios, sino algo parecido a pensamientos y conceptos codificados en forma de impulsos para los cuales no acabo de hallar las palabras que los traducirían, a no ser de forma lenta, muy lenta, en el curso de muchos años; con excepción de algunas frases aisladas, que pude traducir instanténeamente porque se hacía necesario en esta o aquella situación urgente con ocasión de ciertos contactos.
La traducción de los conceptos, depositados en mi aquel primer día de contacto físico, sólo empezó a realizarse dos años después. Pero aquí os muestro algunas frases sueltas que pude comprender inmediatamente al punto de ser emitidas.
—Sentimos que hay temor en ti... Que el temor te abandone, queremos el bien de todo se vivo, especialmente sino es agresivo.
—Esta conversación que mantenemos contigo, en el futuro te causará problemas que influirán en tu salud: sufrirás alteraciones nerviosas durante algún tiempo, pero pasarán. Tras lo cual nuestra conversación se aclarará y podrás transmitir a los seres humanos de tu planeta lo que te hemos comunicado.
—Sabemos que usaís entre vosotros el lenguaje por medio del canal de la escritura.Si esta forma te parece más rápida úsala. Pero has de tener la precausión de no adoptar tus conceptos habituales, porque de ser así, nuestro mensaje resutaría falseado a causa de la deformación.
—Te hemos hablado largo y tendido...Tú emplearías mucho tiempo en traducir, pero una vez lo hayas hecho, di a los seres humanos de tu planeta lo que te esté permitido decir.
—Estamos aquí en favor de los hombres de este planeta. Dáselo a entender.
—Este mensaje está depositado en ti de forma indeleble...Has de saber utilzarlo con prudencia. Por nuestra parte, nos sentiremos felices si colaboras con nosotros.
—No eres el único interlocutor nuestro en tu planeta. Pero por desgracia, la mayoría de aquellos con los que hemos conversado no quieren hablar de nosotros y los restantes no son creídos por los tuyos.
—A medida que vayas realizando tu traducción, escribe y dá a saber qué y quiénes somos.
—No temas, pero sé prudente con respecto a los tuyos, cuando te refieras a nosotros.
—Te protegeremos lo mejor que sepamos, a condición de que mantengas el contacto con nosotros de la forma que te hemos enseñado.
—No tendrías una vida lo bastante larga en tu existencia actual. Por eso, proponemos regenerar las células de tu cuerpo para que vivas ciento veinte años. No podemos hacer nada mejor por ti. Realizaremos dicha regeneración en el interior de este vehículo. Y te pedimos que nos perdones: hemos creido necesario actuar en este sentido. No recordarás la operación.
Al llegar a este punto los seres dejaron de emitir pensamientos. Muy atento hasta es momento en recibirlos, no me había percatado de que se había abierto la parte delantera de la cúpula. Aquella abertura podía contener a dos hombres, uno a cada lado de su marco. En el interior reinaba una luz de color blanco anaranjado que los ojos apenas podían soportar. Los cuatro seres seguían presentes, sonrientes y silenciosos.
Fue entonces cuando sin ni siquiera saludarlos, levanté mi bici, di media vuelta y subí la pendiente a pie hasta la carretera. Al llegar a la Nacional 7, monté en mi vehículo de dos ruedas y, por segunda vez me sentí teletransportado en la entrada de la ciudad de Orange, donde tenía mi domicilio.
Intintivamente, consulté mi reloj y me quedé boquiabierto al ver que seguía siendo la una y media de la madrugada. ¿Después de todo aquello?....¿Podía habérseme parado el reloj mientras tanto?. Cartesiano como era entonces y picado por la curiosidad, quería quedarme tranquilo y en paz. Pedaleando ya recorrí el kilómetro y medio que quedaba para plantarme ante el reloj del ayuntamiento y constatar que mi reloj de bolsillo y el gran artilugio del edificio público marcaban ambos la una y treinta y cinco: cinco minutos más teniendo en cuenta el tiempo que había tardado en llegar hasta allí.
Desde el inicio de mi aventura, os puedo asegurar que me pellizqué adrede para comprobar que no estaba soñando.
(Extracto del Libro: "Contactos Con Otro Espacio" de Pierre Monnet).
2 comentarios:
Esto es increiblemente fantastico. Me senti la protagonista de este relato. quiero seguir leyendo!!!!!!!
Hola Laura:
La verdad amiga que me siento idefentificada contigo. Muchos deseariamos haber tenido la gran suerte de poder vivir una historia así. Si te gusta el libro de Pierre Monnet se llama: "Contactos con otro Espacio", está publicado por Edicines Luciérnaga en España, para más señas.
Muchas gracias por tu visita y espero tenerte más veces aquí.
Saludos.
Gina
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