Por la mañana, temprano, del 6 de diciembre de 1955. Lucian Landau, hombre de negocios londinense, participó en un drama extraño. Estaba durmiendo en la casa de Constantine Antoniades en Ginebra cuando sintió que alguien entraba en su habitación. Se volvió en la cama y vio una débil mancha de luz en la que gradualmente percibió la figura de la esposa muerta de su anfitrión. Junto a la figura, había un perro alsaciano de desacostumbrado pelo castaño. La aparición empezó a desvanecerse pronto, pero, mientras se disolvía, Landau oyó que decía: "Dígaselo a él".
El hombre de negocios londinense no vaciló en dar información a su anfitrión cuando se encontraron a hora más avanzada. Pero no le explicó exactamente lo ocurrido, sino que se limito a preguntare si su esposa había tenido alguna vez un perro alsaciano.
—¡Oh, sí —respondió el señor Antoniades—. Todavía vive.
Esta respuesta, sorprendió a Landau, puesto que no había visto ningún perro en la casa. Entonces le explicó Antoniades que había ingresado el can en una residencia para perros al enfermar su esposa, ya que él no podía cuidar del animal. Cuando Landau habló por fin a su anfitrión de su fantástica visita, Antoniades llamó a la residencia y se enteró de que el perro había muerto pocos días antes.
Las palabras "dígaselo a él" empezaban a tener sentido.
Cuando un investigador de la Society for Psychical Research en Gran Bretaña estudió el caso, Antoniades corroboró el episodio.
—Afirmó —declaró— que no había ninguna fotografía de su esposa con el perro o del perro solo en ningún lugar de la casa donde hubiese podido verla Landau antes de que se produjese el incidente.
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