Las diez de una noche de primeros de 1978, el agricultor retirado Henry Sims, de setenta y dos años, volvió de un hospita de Florida donde se hallaba su hija de dieciocho años. Su esposa Idellar se quedó en el hospital. Otra hija, cinco nietos y un amigo de la familia estaban durmiendo en la casa cuando llegó Sims. Se fue a la cama y pronto se quedó dormido.
—Lo primero que recuerdo —diría después— es el sueño. Vi los dos hijos de mi cuñado Paul y su hermanita de ocho meses, corriendo hacia mi. Ambos habían muerto en 1932, cuando se incendió su casa de Live Dak, Florida. En mi sueño, Paul, a quien ecuerdo claramente, corrió hacia mi diciendo: "¡Tío Henry!", ¡"Tío Henry!". Nunca había tenido un sueño parecido y me desperté de pronto, oliendo a humo. Pensé en seguida en mis nietos, en sacarles de la casa Por consiguiente, empecé a gritar y a chillar.
Sus gritos despertaron a los otros que dormían, los cuales huyeron de la casa incendiada con el tiempo justo para salvar la vida.
El inspector del servicio de incendios, teniente Frederick Lowe, de Hialeah Heights, Florida, dijo:
—Milagrosamente, este hombre se despertó en el momento vital. Dos minutos más, y todos estarían muertos.—Dios no quería que muriese aún —dijo Henry Sims— Fue él quien envió al joven Paul a avisarme del peligro y sacarnos a todos del edificio en llamas.
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