martes, 31 de enero de 2012

LOS CIENTÍFICOS EXPLORAN LA RELACIÓN CEREBRO Y ESPIRITUALIDAD

LOS CIENTÍFICOS EXPLORAN LA RELACIÓN CEREBRO Y ESPIRITUALIDAD


Un equipo escaneó los cerebros de monjas rezando y budistas meditando | No se trata de "buscar a Dios en el cerebro", sino de indagar ahí la actividad espiritual

Vida| 30/01/2012 - 00:00h
Barcelona 

Cada creyente vive su experiencia religiosa a su manera, y ese misterio personalísimo de relación con la divinidad permanece, las más de las veces, incomunicable para terceros, sobre todo si no comparten su fe. Como tantas actividades humanas, esa emoción acontece en el cerebro, y cada vez más aunque tímidamente, los científicos investigan qué ocurre ahí dentro en momentos de honda espiritualidad. Nace así una nueva disciplina, que los estadounidenses han bautizado como neuroteología, un vocablo que despierta escasas simpatías en Europa.
En España, el libro del biólogo Ramon M. Nogués Dioses, creencias y neuronas (ed. Fragmenta) intenta poner el tema al alcance del gran público. Nogués, defensor de este tipo de estudios, no ve sin embargo atinada la denominación neuroteología. Procedente de las voces griegas theos (Dios) y logos (estudio), la teología es la disciplina consagrada al estudio de Dios y de sus atributos y perfecciones. Por tanto, la neuroteología "equivaldría a investigar si el cerebro capta a Dios, cuando Dios no es captable –alerta Nogués–. En cambio, la ciencia neurológica sí es competente para el estudio de la religión, que es una actividad humana, pues su objetivo es ver qué ocurre en el cerebro en las actividades humanas".
Nogués juzga más acertado hablar de neurorreligión, "una más de las palabras que han entrado en lo que Francisco Mora llama neurocultura". Mora, fisiólogo de la Universidad Complutense y autor en el 2007 del libro Neurocultura, una cultura basada en el cerebro (ed. Alianza), sostiene que "todas las culturas son un producto del funcionamiento último de nuestro cerebro y de los códigos que lo gobiernan", y que "la neurocultura es una reevaluación crítica de las humanidades desde la perspectiva nueva de la neurociencia", según explica por correo electrónico desde la Universidad de Iowa (Estados Unidos), donde se halla como profesor visitante. Brotan así otros enfoques: neuroética, neuroestética, neuropolítica, neuroeconomía... y también neurorreligión.
Yendo al meollo, ¿qué pasa en el cerebro de una persona cuando reza o medita? "Hay una amplia red de estructuras implicadas –responde por e-mail desde Filadelfia el doctor Andrew Newberg, autor del libro Principles of Neurotheology, publicado en septiembre en Estados Unidos–. Están el lóbulo frontal, que nos ayuda a focalizar la mente en la oración; el sistema límbico, que permite experimentar emociones poderosas; y los lóbulos parietales, involucrados en nuestro sentido de nosotros, y en su orientación en el espacio y el tiempo".
Resultado de esa actividad cerebral: "Dependiendo de la experiencia concreta, esas áreas pueden encenderse o apagarse –aclara Newberg–. Así, los lóbulos parietales pueden apagarse cuando una persona experimenta una pérdida del sentido de sí misma, o experimenta un sentido de unicidad con Dios". Newberg llegó a esas conclusiones tras escanear cerebros de monjas rezando y de budistas meditando, y tras investigaciones realizadas años atrás junto al fallecido psiquiatra estadounidense Eugene D'Aquilli.
Las sustancias químicas explican muchas cosas. "La dopamina está implicada en lo agradable, y la serotonina inhibe algunas estructuras del lóbulo temporal –aclara el fisiólogo Francisco J. Rubia, autor de La conexión divina. La experiencia mística y la neurobiología, editado en el 2002 por Crítica–. Cuando la serotonina deja de inhibir la dopamina, se produce una liberación de dopamina, y eso da una sensación de placer y bienaventuranza".
Más aún, añade Rubia: las experiencias místicas suelen venir por estrés (ayuno prolongado, privaciones sensoriales, retiro al desierto...), y el estrés produce una liberación de endorfina, otra sustancia que contribuye al bienestar. Resultado: esa paz del alma que experimentan quienes tienen convicciones religiosas profundas y rezan con devoción. Hay, claro está, vivencias extremas, como las de algunos grandes personajes de la historia de las religiones, que muchos expertos vinculan a la epilepsia. Sería el caso de santa Teresa de Jesús, de san Pablo o de Mahoma.
Para Rubia, ahora profesor del Colegio Libre de Eméritos, la voz neuroteología no es correcta. "La neurociencia no puede aceptar como hipótesis la existencia o la no existencia de seres sobrenaturales, al ser una hipótesis que no se puede comprobar ni falsear –alerta–. La neuroteología implicaría buscar a Dios en el cerebro, cuando se trata de buscar la espiritualidad en el cerebro". Francisco Mora, también autor de El dios de cada uno (ed. Alianza, 2011), señala que en estos estudios "hay muchos sentimientos encontrados" y concluye: "De lo que cabe poca duda es de que nos hallamos en esos prolegómenos de la era de la posreligión, desde donde se avizora que la religiosidad será concebida con recogimiento, pero con un destierro, posiblemente, de lo sobrenatural".
También Newberg arguye que la naciente disciplina no debe considerarse "como una búsqueda de Dios en el cerebro, sino sobre cómo religión y cerebro interactúan". Según él, el lado neurológico debe incluir neurociencia, genética, medicina, antropología, psicología y ciencias sociales; y la parte teológica, espiritualidad, religión, teología y filosofía. Según los expertos consultados, la gente de fe suele interpretar esas estructuras cerebrales espirituales como un resorte colocado ahí por Dios, y los no creyentes tienden a sostener que la neurobiología explica emociones humanas, entre ellas la religiosa. Pero no siempre. Dice Mora: "Incluso ha llegado a compartir mi visión de la religiosidad, la religión y el cerebro un monje benedictino".
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miércoles, 25 de enero de 2012

LA URSS DESCUBRIÓ EN VENUS RASTROS DE SERES VIVOS, SEGÚN UN CIENTÍFICO

LA URSS DESCUBRIÓ RASTROS DE SERES VIVOS, SEGÚN UN CIENTÍFICO

25 Enero 12 - Madrid - V.I.
Según un artículo publicado en la revista rusa Astronomicheskiy Vestnik (“Noticiario de Astronomía”), y que lleva la firma del colaborador jefe del Instituto de Estudios Espaciales de la Academia de Ciencias de Rusia, Leonid Ksanfomaliti, los aparatos no tripulados que la Unión Soviética envió a Venus en la década de 1980 aportaron alguna información que, analizada ahora con detenimiento, permite al menos la duda.

Según este artículo, del que da cuenta la agencia de noticias rusa internacional RIA-Novosti, las naves soviéticas captaron imágenes de objetos movedizos que podrían tener “rasgos de seres vivos”, que aparecen en un primer momento pero que, según el científico, desaparecen después por el estruendo de la nave al aterrizar.

“Se detectaron objetos de tamaño notable, de 10 a 50 centímetros, que aparecían, mutaban o desaparecían, y cuya presencia en las imágenes difícilmente se explica por las interferencias”, señala Ksanfomaliti en su artículo que, según confiesa, lo ha publicado “a modo de discusión”.

Ksanfomaliti ha analizado nueve panoramas transmitidos en marzo de 1982 y asegura haber descubierto varios objetos que aparecen y desaparecen en las imágenes, que describe con forma de “disco”, “jirón negro” y “alacrán”. Este último, escribe, quedó enterrado bajo partículas del suelo que levantó la nave al aterrizar, y tardó un tiempo en salir a la superficie.

“Sin discutir las ideas actuales de que la vida no es posible en las condiciones de Venus, me atrevo a suponer que algunos de los objetos descubiertos, a juzgar por su morfología, tienen rasgos de seres vivos”, concluye Ksanfomaliti.

Primeras imágenes de Venus
Las misiones soviéticas formaban parte de un programa de estudio de Venus en los años 1970-1980, y permitieron captar, según la agencia RIA, las primeras imágenes de su superficie, invisible desde la Tierra por culpa de la densa capa de nubes que está presente de forma permanente en la atmósfera venusina.

En concreto, se trataba de las naves no tripuladas Venera-9 y Venera-10, en 1975, y de Venera-13 y Venera-14, en 1982, que grabaron con cámaras fotométricas varios panoramas televisivos de Venus.